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Testimonio de María Julia sobre la vida de Elizabeth Taylor


Antes de que sea las 00hs del siguiente día, antes de que desaparezca éste triste miércoles 23 de marzo del 2011, día de la muerte de mi querida amiga, hermana, musa Elizabeth Taylor, quiero dar mi fiel testimonio de vida.

Yo me separé gracias a la fuerza que me dio la inmortal Elizabeth, su encarnación en “¿Quién le teme a Virginia Woolf?” me dio la fortaleza para decirle a mi ex marido: “Hasta acá corazón”.

Recuerdo que fue en el momento en que Verónica tenía su primer añito, Ignacio ya era más adolescente y se había ido de vacaciones con sus amigos a la costa.

Esa tarde de verano me fui al video club y me alquilé “Quién le teme…”, película que cambiaría mi vida. Desde un principio me llamó la atención la cara de loca que tenía Elisabeth Taylor en la tapa del video. Me compré unas masas secas y me fui para casa con mi hija en el carrito. Cuando llegamos a la casa dormí a la nena, me calenté agua para un té, abrí el paquete de masas y puse el video.

Al principio del film ella está muy normal, como si fuera una de esas mujeres que viven en cocktails y eventos sociales. Pero después que llegan unos invitados a su casa, una noche, empiezan a charlar de bueyes perdidos, hablan del amor, de los hijos y la pobre Elizabeth se empieza a oscurecer; en realidad no para de tomar whisky durante las dos horas del película. La cosa es que entre masa y masa, escena y escena, yo me empiezo a poner nerviosa, voy hasta el comedor y me sirvo una copita de licor, vuelvo a la cocina y sigo con la película. A esa altura del video Elizabeth estaba fuera de sus cabales, le gritaba cosas espantosas a su marido, le hablaba de su hijo que acaba de morir, la mujer se volvía como un mono que gritaba y babeaba del odio que le salía de su interior.

A lo largo de la película me tomé seis copitas de ese licor. Cuando terminó lloré y apagué la televisión. Acto seguido agarré a la beba, que ya se había despertado, y se la llevé a Irma, la madre de Quito que vive al lado de casa, le dije que necesitaba que me la cuide esa noche. Sólo esa noche.

Me volví para casa y me pegué una ducha rápida. Mientras me caía el agua sobre la cara pensaba en la Taylor y en sus fuerzas de loba para defender sus principios y en definitiva todo lo que es suyo.

Cuando llegó mi ex marido, Augusto, yo estaba en el comedor, con la luz apagada, el quiso encenderla y se lo prohibí. Él me preguntó por qué no lo dejaba prender la luz y yo le respondí: “Porque no quiero que veas mi cara, ya no soy la misma, soy otra”. Él se rió y me dijo: ¡Sos una perversa! … ahí mismo recordé que ese era una de las frase que le decía Richard Burton a Elizabeth Taylor. ¿Yo una perversa? – respondí. Entonces tomé fuerzas y leí un texto, que había anotado a la tarde, y que ella dice en la película: “Quizá tengas razón, querido. Entre tú y yo ya no hay posibilidad de nada... ¡porque tú no eres nada! ¡ZAS! ¡Saltó el resorte esta noche en la fiesta de papá! Yo estaba allí sentada... Mirándote... luego miraba a los hombres que te rodeaban... más jóvenes... hombres que llegarán a ser algo. Te miraba y de pronto descubrí que tú ya no existías. ¡En ese momento se rompió el resorte! Finalmente se rompió! Y ahora lo voy a gritar a los cuatro vientos, lo voy a aullar, y no me importa lo que hagas. Y voy a provocar un escándalo como jamás has visto”.

El 17 de octubre de 1985 me separé del padre de mis hijos.

María Julia, Barrio de Villa Lugano, 23 de marzo de 2011.



María Julia * El día del accidente.



María Julia:
...Y yo como una estúpida… Dada vuelta, casi drogada… con unas copas de más… Hablé con Augusto, mi reciente ex marido, y me agarró una tristeza que se me cerró el pecho. Frené la camioneta, paré en un bar y me pedí un whisky… y dos… y tres… al rato ya era otra… no podía mover mi lengua para decir otro whisky, ni otra copa… sola… ahí… me sentía tan sola.

Toma un pañuelo que saca de su manga y se seca el bozo.

Todavía me acuerdo patente esa conversación por teléfono celular. Él, al otro lado del móvil diciéndome cosas horrendas… que no me quería… que nunca me quiso, que se arrepentía de ser el padre de mis hijos… Después me dijo que él me había dado todo… Y yo ahí no me pude callar y le respondí: "¡Claro, me diste todo! ¿Una casa con pileta?, ¿un par de hijos?, ¿unos viajes inmundos a Disney?, ¿una luna de miel en el caribe?… ¿eso es todo lo que me diste?... Yo ya tengo cincuenta años… y eso, no es todo Augusto".

Mira sus uñas recién pintadas.

Ahí mismo le corté el teléfono. Me sentí tan sola...

Silencio.

Después de tomar esas copas en el bar, y de tratar de borrar inútilmente esa conversación horrenda con el padre de mis hijos, me subo a la camioneta y me repetí varias veces: “María Julia, vos ahora no podés caminar, ni manejar, ni nada”… Pero algo me llevó a hacerlo, llamalo impulso suicida, llamalo impulso por no volver a ver a un ex marido…

La cosa es que me subí a mi 4x4, me saqué los zapatos, me puse música linda y arranqué… En el viaje a casa veía todo nublado, veía ratas en vez de autos… Finalmente llegué al portón de mi casa… Le grité al casero para que me abra el portón. Ahí mismo vuelve a sonar mi celular, ¿es él? ¿Me pedirá disculpas? Tarde - pensé... Pero no, no era él, sino el fruto de nuestro amor, Ignacio, mi hijo Mayor. El nene lloraba como un tonto, me decía que se había peleado con novia nueva… Le dije que estaba sin señal, le corté… El portón ya estaba abierto… Me sentí una mala madre y lo volví a llamar… Pobrecito, en definitiva, lloraba igual que yo… Que injusto es todo… intenté consolarlo… Puse el pie en el acelerador mientras hablaba con él… tenía una angustia en el pecho, una angustia que me subía por la garganta para hacerse un grito… Grité cuando la camioneta había volcado.